domingo, 20 de enero de 2013

PARTE II: YATROGÉNESIS SOCIAL

PARTE II: YATROGÉNESIS SOCIAL

2.MEDICALIZACIÓN DE LA VIDA
Transmisión política de la enfermedad yatrogénica
La medicalización del presupuesto
Invasión farmacéutica
Imperialismo del diagnóstico
El estigma preventivo
Ceremonias terminales
Magia negra
Las mayorías de pacientes

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TRANSMISIÓN POLÍTICA DE LA ENFERMEDAD YATROGÉNICA
Hasta épocas recientes la medicina intentaba reforzar lo que ocurre en la naturaleza. Fomentaba la tendencia de las heridas a sanar, de la sangre a cuajar y de las bacterias a ceder ante la inmunidad natural.1 Ahora la medicina trata de instrumentar los sueños de la razón.2 Los anticonceptivos orales, por ejemplo, se prescriben "para prevenir una ocurrencia normal en personas sanas".3 Las terapias inducen al organismo a interactuar con moléculas o con máquinas en formas que no tienen precedente en la evolución. Los trasplantes implican la obliteración inmediata de defensas inmunológicas programadas genéticamente.4 Así, no puede asumirse la existencia de una relación entre el interés del paciente y el éxito de cada especialista que manipula alguna de sus "condiciones"; ahora se requieren pruebas y debe determinarse desde fuera de la profesión cuál es la contribución neta de la medicina a la carga de enfermedad de la sociedad.5Pero todo cargo contra la medicina por el daño clínico que causa, sólo constituye el primer paso en el enjuiciamiento de la medicina patógena.6 La huella dejada en el sembrado es sólo un recuerdo de los grandes daños causados por el barón a la aldea por la que pasó con su partida de caza.

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Yatrogenénesis social
La medicina socava la salud no sólo por agresión directa contra los individuos sino también por el impacto de su organización social sobre el ambiente total. Cuando el daño médico a la salud individual se produce por un modo sociopolítico de transmisión, hablaré de "yatrogénesis social", término que designa todas las lesiones a la salud que se deben precisamente a esas transformaciones socioeconómicas que han sido hechas atrayentes, posibles o necesarias por la forma institucional que ha adquirido la asistencia a la salud. La yatrogénesis social designa una categoría etiológica que abarca muchas formas. Se da cuando la burocracia médica crea una salud enferma aumentando las tensiones, multiplicando la dependencia inhabilitante, generando nuevas y dolorosas necesidades, disminuyendo los niveles de tolerancia al malestar o al dolor, reduciendo el trato que la gente acostumbra a conceder al que sufre, y aboliendo aun el derecho al cuidado de sí mismo.La yatrogénesis social está presente cuando el cuidado de la salud se convierta en un item estandarizado, en un artículo de consumo; cuando todo sufrimiento se "hospitaliza" y los hogares se vuelven inhóspitos para el nacimiento, la enfermedad y la muerte; cuando el lenguaje en el que la gente podía dar expresión a sus cuerpos se convierte en galimatías burocráticas; o cuando sufrir, dolerse y sanar fuera del papel de paciente se etiquetan como una forma de desviación.

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Monopolio médico
Como su contraparte clínica, la yatrogénesis social puede escalar desde rasgo advenedizo hasta ser una característica inherente al sistema médico. Cuando la intensidad 7 de la intervención biomédica traspasa un umbral crítico, la yatrogénesis clínica se convierte de error, accidente o culpa en una perversión incurable de la práctica médica. Del mismo modo, cuando la utonomía profesional degenera en monopolio radical 8 y la gente se vuelve impotente para enfrentarse con su ambiente, la yatrogénesis social pasa a ser el producto principal de la organización médica.
Un monopolio radical cala más hondo que el de cualquier corporación o cualquier gobierno. Puede tomar muchas formas. Cuando las ciudades se construyen alrededor de los vehículos, devalúan los pies humanos; cuando las escuelas acaparan el aprendizaje, devalúan al autodidacta, cuando los hospitales reclutan a todos aquellos en condición crítica, imponen a la sociedad un nueva forma de morir Los monopolios ordinarios arrinconan al mercado;9 los monopolios radicales inhabilitan a la gente para hacer y crear cosas por sí misma.10 El monopolio comercial restringe el flujo de mercancías; el monopolio social, más insidioso, paraliza la producción de valores de uso no comerciables.11 Los monopolios radicales violan aún más la libertad y la independencia. Imponen en toda la sociedad la sustitución de valores de uso por mercancías, remodelando el ambiente y "apropiándose" aquellas características generales que permitieron a la gente enfrentarlo por sí misma. La educación intensiva transforma a los autodidactas en gente no empleable, la agricultura intensiva destruye al labrador de subsistencia, y el despliegue de la policía mina el autocontrol de la comunidad. La maligna propagación de la medicina tiene resultados comparables: convierte el cuidado mutuo y la automedicación en delitos o fechorías. Igual que la yatrogénesis clínica se hace médicamente incurable cuando alcanza una intensidad crítica y a partir de entonces sólo puede revertirse por un descenso de la empresa, así la yatrogénesis social sólo puede revertirse por medio de una acción política que cercene la dominación profesional.

Un monopolio radical se alimenta de sí mismo. La medicina yatrogénica refuerza una sociedad morbosa donde el control social de la población por parte del sistema médico se erige como actividad económica primordial. Sirve para legitimar componendas sociales en las que mucha gente no encaja. Cataloga a los impedidos como ineptos y genera una tras otra nuevas categorías de pacientes. La gente airada, enferma y menoscabada por su labor y su ocio industriales sólo puede escapar viviendo bajo supervisión médica, y con ello se le seduce o se le descalifica de la lucha política por un mundo más sano.12

La yatrogénesis social todavía no se acepta como una etiología común de la enfermedad. Si se reconociera que a menudo el diagnóstico sirve como un medio de convertir las quejas políticas contra las tensiones por el desarrollo en demandas de nuevas terapias que sólo son más de los mismos productos costosos y enervantes, el sistema industrial perdería una de sus principales defensas.13 Al mismo tiempo la conciencia del grado en que la salud enferma yatrogénica se comunica políticamente sacudiría los cimientos del poder médico mucho más profundamente que cualquier catálogo de las fallas técnicas de la medicina.14

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¿Curación amoral?
El asunto de la yatrogénesis social se confunde a menudo con la autoridad diagnóstica del que cura. Para nublar el tema y proteger su reputación, algunos médicos insisten en lo obvio: es decir, en que la medicina no puede practicarse sin la creación yatrogénica de enfermedad. La medicina siempre crea enfermedad como un estado social 15 Cualquier curandero reconocido transmite a los individuos las posibilidades sociales de actuar como enfermos.16 Cada cultura tiene su propia percepción característica de la enfermedad,17 y con ella su máscara higiénica peculiar.18 La enfermedad toma sus rasgos del médico que asigna a los actores alguno de los papeles disponibles.19 Hacer de las personas enfermos legítimos está tan implícito en el poder del médico como el potencial venenoso del remedio que surte efecto.20 El curandero maneja venenos y encantamientos. La única palabra con que los griegos designaban "medicamento" pharmakon- no distinguía entre el poder de sanar y el poder de matar.21

La medicina es una empresa moral y por ello da inevitablemente contenido al bien y al mal. En cada sociedad, la medicina, como la ley y la religión, define lo que es normal, propio o deseable. La medicina tiene autoridad para catalogar como enfermedad genuina la dolencia de alguien, para declarar enfermo a otro aunque éste no se queje, y para rehusar a un tercero el reconocimiento social de su dolor, su incapacidad e incluso su muerte. 22 La medicina es la que determina como "meramente subjetivo" algún dolor,23 como fingimiento a alguna lisiadura24 y como suicidio a algunas muertes.25 El juez determina qué es legal y quién culpable.26 El sacerdote declara qué es sagrado y quién rompió un tabú El médico decide qué es un síntoma y quien se encuentra enfermo . Es un empresario moral 27 investido con poderes inquisitoriales para descubrir ciertos entuertos a enderezar.28 La medicina, como todas las cruzadas, crea un grupo de excluidos cada vez que logra hacer pasar un nuevo diagnóstico.29 La moral se halla tan implícita en la enfermedad como en el crimen o en el pecado.

En las sociedades primitivas, resulta obvio que el reconocimiento del poder moral está implícito en el ejercicio de la aptitud médica. Nadie llamaría al curandero, a menos que le concediese la habilidad de discernir entre espíritus malos y buenos. En una civilización mayor este poder se expande. Aquí la medicina es ejercida por especialistas de tiempo completo que controlan grandes poblaciones por medio de instituciones burocráticas.30 Estos especialistas forman profesiones que ejercen un tipo único de control sobre su propio trabajo.31 A diferencia de los sindicatos, estas profesiones deben su autonomía a un otorgamiento de confianza más que a la victoria en la lucha. A diferencia de los gremios, que sólo determinan quién trabajará y cómo, ellas determinan asimismo qué trabajo se hará. En los Estados Unidos la profesión médica debe esta autoridad suprema a una reforma de las escuelas de medicina poco antes de la Primera Guerra Mundial. La profesión médica es una manifestación, en un sector particular, del control sobre la estructura del poder de clase que han adquirido las élites universitarias. Sólo los médicos "saben" qué constituye una enfermedad, quién está enfermo y qué habrá de hacerse con los enfermos y con aquellos a quienes consideran en riego especial. Paradójicamente, la medicina occidental, que ha insistido en separar su poder de la ley y la religión, ahora lo ha expandido más allá de todo precedente. En algunas sociedades industriales la etiquetación social se ha medicalizado hasta el punto en que toda desviación ha de tener una etiqueta médica. El eclipse del componente moral explícito en el diagnóstico médico ha dotado así de poder totalitario a la autoridad asclepiádea.32
El divorcio entre medicina y moralidad se ha defendido sobre la base de que las categorías médicas, a diferencia de las legales o religiosas, descansan en fundamentos científicos exentos de evaluación moral.33 La ética médica ha sido segregada en un departamento especializado que alinea la teoría con la práctica de actualidad.34

Los juzgados y la ley, cuando no se usan para imponer el monopolio asclepiádeo, son convertidos en porteros de hospital que seleccionan entre los clientes a aquellos que puedan acomodarse al criterio de los doctores.35 Los hospitales se convierten en monunentos de cientificismo narcisista; manifestaciones concretas de aquellos prejuicios profesionales que estaban de moda el día en que se puso la primera piedra y que a menudo ya eran anticuados cuando el edificio entró en funciones. La empresa técnica del médico reclama un poder libre de valoración o amoral.

Resulta obvio que en esta clase de contexto es fácil esquivar el asunto de la yatrogénesis social que ahora me ocupa. Así mediatizado políticamente, el daño médico se mira como algo inherente al mandato de la medicina, y sus críticos se consideran sofistas que tratan de justificar la intrusión legal en el alguacilazgo médico. Precisamente por esta razón, es urgente una revisión legal de la yatrogénesis social. La determinación del cuidado y la asistencia libres de valoración es obviamente una tontería maligna y los tabúes que han protegido a la medicina irresponsable empiezan a debilitarse.